Juan José Gurrola. Todo está perdido

Bordes
Juan José Gurrola
25 Sep 2021
06 Mar 2022

Juan José Gurrola gozó un genio maldito. En su vida y su obra vibran en inconmensurable tensión las fuerzas creadoras y destructoras que generan el universo: caosmos. Sus aportaciones deben ser leídas bajo la estirpe por la que desfilaron Baudelaire, Artaud, Bataille, Klossowski e incluso el criminal Marqués de Sade.

Su trayectoria estuvo empeñada en poner todo en tela de juicio para evidenciar que las formas políticas, la moral de una época, el buen gusto, la sexualidad oprimida, en fin, todo cuerpo de valores es transitorio, autoritario y relativo.

Los anormales, los inconformes, inexorablemente cargan con el peso de la incomprensión y sus provocaciones no quedan impunes: las conciencias constreñidas se empeñan en negar sus visiones y en castigar su osadía. 

Estas actitudes disidentes con la normalidad nos ofrecen, hoy, grietas en los sistemas rectores; pliegues, repliegues y despliegues que corren las cortinas de las   ventanas que muestran el pasaje a otras realidades posibles colmadas de insospechados deseos.

Para entender a Gurrola hay que aceptar la indefinición y la inestabilidad. 

Siempre nos esforzamos por replicar las formas sólidas, las certezas donde la vida limita su desequilibrio. El desorden se considera un mal contra el que lucha el espíritu. Gurrola, por el contrario, recibía el desequilibrio como un principio, admitiéndolo sin límites, arrojándose permanentemente al vacío de la existencia. 

Crear al borde del abismo, dentro de la tendencia egoísta, lo hizo conducirse a una pendiente de muerte, de aceptación de la muerte, viviendo libremente con un corazón invertido, sin angustias. Al mismo tiempo, cada acto fue la ejecución de un deseo profundo: llevar a cabo un acto deseado retrasa la muerte.

Quizás su egoísmo tenga, en el fondo, un deseo de bien común, a modo de pulsión discontinua.

Estamos ante la obra de un antihéroe en cuyo andamiaje conceptual cabe “la mentira” porque sus valores no defienden la verdad. ¿Cómo pedirle la verdad a un hombre de teatro que sabe que las cosas no son sino apariencias transitorias, máscaras de máscaras de máscaras? Su obra es una trampa al espíritu, un truco mental que nos posiciona frente a un movimiento continuo de secretos.

Una de las pretensiones de esta exposición es esbozar la importancia que Gurrola tuvo como introductor de nociones neovanguardistas durante la segunda mitad del pasado siglo en varias generaciones de creadorxs mexicanxs. Una serie de acciones durante las décadas de 1960 y 1970, al modo de los cínicos, condensó una filosofía y una postura política que iteró durante años. Un botón: el acto ilegal ejecutado en Robarte el arte postula con transparencia la insumisión de “la periferia” ante la colonialidad del poder. Simultáneamente, Gurrola se valió de estrategias de diversas vanguardias del siglo XX (dadaísmo, patafísica, Mallarmé, Duchamp, etc.) para deglutirlas y convertirlas en repertorio de su propia trayectoria. Como buen hacedor de teatro, lee e interpreta y sus interpretaciones crean. Así, sus obras replantean la noción binaria de la periferia y el centro y permiten desplazamientos contínuos: Gurrola es un gran magma, o, mejor, un hoyo negro que jama al centro y a lo marginal. O como esa espléndida frase que dice que estamos en el centro de la fiesta, y en el centro de la fiesta no hay nadie, en el centro de la fiesta está el vacío. Pero en el centro del vacío hay otra fiesta. 

Todo está perdido se encamina en un sentido doble; primero como una actitud ante el estado actual de las cosas en el que los totalitarismos mentales niegan la posibilidad de los discursos otrxs y sus disidencias. Segundo, a la posición de desapego que Gurrola tuvo en vida y que complica el relato de su propia genealogía. Del acto teatral aprendió que todo es fugaz y que solo el cambio permanece. Dijo, poco antes de morir: He perdido mi vida varias veces, cámaras, mujeres, lentes, relojes, dientes, he perdido todo… 

Gurrola construía su propio mito y una condición para ello fue la destrucción de mucha de la evidencia; eliminar la base permite la especulación. Así, entonces, algo indeterminado resta… el rumor de varios momentos sublimes.  

Mauricio Marcin Álvarez


Curaduría: Mauricio Marcin Álvarez
Asistente curatorial: Isabel Sonderéguer

Contacto